La interacción entre los hemisferios izquierdo y derecho, la interacción entre la parte frontal, la parietal, temporal y occipital, la interacción entre el tronco encefálico, el sistema límbico y el cortex cerebral son la clave de nuestras acciones de pensamiento y planificación en un entorno determinado. Gracias a estas acciones sopesamos, juzgamos y tomamos decisiones teniendo en cuenta las consecuencias y otras respuestas posibles.
El aprendizaje permite la integración de las diferentes señales recibidas en las llamadas pautas de disparo neuronal, para establecer patrones de comportamiento automático. La información se codifica, transfiere y se almacena en las estructuras subcorticales en el interior del cerebro (cerebelo y ganglios basales), para dejar libre las áreas superficiales en orden a adquirir nuevos aprendizajes, observar las tareas realizadas, realizar nuevos ajustes o creando nuevos modelos de procesos cognoscitivos más precisos, eficaces y eficientes, Begley (2008).
La corteza frontal aprende, convierte en rutina y procesa las funciones motrices y mentales, el movimiento queda así ligado a la cognición. Lo que el cerebro le comunica al cuerpo depende en gran medida de los mensajes que le comunica el cuerpo al cerebro, es decir, todas las funciones cerebrales dependen de la retroalimentación de diferentes áreas del cerebro y del cuerpo, gestionando en paralelo las funciones motrices y cognoscitivas asociadas a objetivos de control motor, como la propiocepción (movimientos de precisión) necesaria para: la escritura, tocar el piano, encaje de bolillos, papiroflexia…El cerebro ejecutivo o frontal vendría a ser como un gran “tablero de ajedrez” donde se procesan los programas motrices, donde se planifica y modelan las respuestas al mundo y creamos las correspondientes estrategias, Gerald G. Jampolsky (1992).
La estructura modular del cerebro se organiza por estratos, desde los estratos más inferiores: tronco encefálico y médula espinal, a los estratos más superiores o área prefrontal, pasando por la formación reticular, cerebelo, los ganglios basales, área premotriz, área motriz, área somatosensorial…todas estas estructuras presentan un flujo de comunicaciones constante y se retroalimenta así mismo todo el tiempo, a fin de mejorar las decisiones y las acciones que se adopten. Este es el fundamento del entrenamiento cerebral. La consecuencia directa es un cambio significativo de las estructuras cerebrales asociadas a cada área.
Existe una estrecha relación entre emociones y movimiento, y los sentimientos asociados a las consecuencias emocionales de nuestras acciones. Lo que explica que cambios emocionales como la depresión puedan acompañar a dolencias relacionadas con el movimiento como la enfermedad de Parkinson, Kandel, Schwartz y Jessell (1999).
El desplazamiento rítmico de la atención viene modulado por el control del equilibrio, la postura y la coordinación entre diferentes áreas cerebrales. La información relativa al movimiento y la posición del cuerpo entra en el cerebelo. Este a su vez informará a las áreas superiores. Para que puedan realizarse los movimientos, el cerebro debe conocer la posición y la velocidad relativa del cuerpo y de cada extremidad, dónde está la persona en el espacio y el tiempo. Los movimientos especializados del rostro y las extremidades (brazo, mano y dedos), muestran la extensa interconexión y retroalimentación entre las diferentes partes. Cuando somos felices sonreímos y cuando sonreímos nos sentimos más felices, es decir, la comunicación es bidireccional.
El director de la orquesta de orquestas utiliza la escucha de sus “músicos” para efectuar reajustes, proporcionando la organización de los movimientos suaves y precisos, rítmicos y armonizados. La plasticidad e la corteza motriz permite adquirir la sensibilidad de un pianista a través del entrenamiento en las formas de movimiento, las diferentes velocidades de ejecución, la orientación espacial y cambios de ritmo, o la suavidad y fuerza en interpretación. En todo este proceso el director (área prefrontal) se vería “vacío” como un autómata, sin la motivación que le proporciona el giro cingulado que interconecta con la amígdala regulando la expresión emocional de los sentimientos a través del movimiento, Villamarín (2001).